Todo había comenzado unos años antes. El joven, disruptivo, emprendedor profesor de danzas tradicionales Miguel Rouaux, había sido puesto a cargo de la Escuela de Danza. Lógicamente él iría por más
Espectáculos en teatros locales, como el que se denominara “Visión de ayer desde El Mangrullo” por citar uno, venían a romper la tradicional realización de los espectáculos peñeros.
Un grupo de jóvenes adolescentes, con escasa experiencia en escenarios importantes, eran integrados a lo que significaría la primera de las disrupciones. El uso del vocablo “ballet” para identificar al cuerpo de danzas. ¿Era “ballet” una palabra adecuada para la cultura nativa y los conservadores directivos que habían llevado adelante los destinos de la institución?
Pero esta discusión pasaría rápidamente cuando el joven profesor, que apenas superaba los 20 años, propone llevar una delegación a Cosquín. Precisamente al “pre Cosquín”, instancia competitiva que requería clasificar previamente en una sub sede.
Convincente con una comisión directiva que lo escuchaba asombrado y a la vez con una mezcla de entusiasmo y desconfianza, se decide participar en la Sub Sede Azul. Allí un diciembre de 1981 se logra obtener una plaza en la competencia mayor; no obstante, el 2do lugar obtenido hacía que no hubiera financiamiento para el viaje.
Nuevos debates, nuevas reuniones, nuevas ideas, nuevas sospechas donde el entusiasmo superaba a la racionalidad. Pensamiento que se consolida cuando se decide, que ante la falta de recursos se participaría con un vestuario que para una presentación reciente se realizara con unas viejas cortinas verdes que cerraban la cantina y que finalmente servirían para poner en escena el denominado cuadro “El sueño del chacarero”. Quizás poco ambicioso para semejante presentación, pero era lo que se podía, era lo que se disponía. La comisión directiva aprobaba estupefacta las presentaciones. Algunos jóvenes dirigentes ya incursionaban en la conformación de la misma y renovaban la base dirigencial, que tenía el gran mérito de haber consolidado la institución a más de 25 años de su fundación, haber comprado la sede propia, tener una sólida escuela de danza, entre otros logros. Pero eran tiempos de cambios.
Surgían nuevos inconvenientes. Los bailarines con edad y presencia tenían compromisos laborales; otros no alcanzaban la edad mínima requerida para la competencia. Era el momento de abrir las puertas e invitar a bailarines de peñas amigas, integrarlos, transmitirles el espíritu.
Finalmente un día 15 de enero partíamos rumbo a Cosquín. Bailarines, acompañantes, directivos que también cumplían el doble rol de bailarines y acompañantes.
El alojamiento, el camping “Tibidabo”. Allí una decena de carpas alojaba a esos esperanzados jóvenes que seguramente no tenían conciencia de lo que estaba por venir.
El solo acto de subir al escenario mayor en día y hora asignada para el ensayo, fue una verdadera emoción. El resto de los ensayos se daría con estricta disciplina sobre una cancha descubierta de básquet que nos recibiría día a día para repasar coreografías, tiempos, recordar indicaciones del director.
Así llego la primera noche clasificatoria. Domingo 17 enero. Una disciplinada presentación, ajustada, compacta, pero fundamentalmente innovadora en sus fundamentos, como no podía ser de otra manera, siendo quien era el director, nos clasifica a la noche final.
El objetivo ya se había consumado, El Cielito, representaría a la provincia de Buenos Aires, así lo expresaba en la presentación la grave voz del locutor oficial, en la final de Conjunto de Danzas.
Los ensayos continuaban, las salutaciones desde Tandil, por los medios existentes en esos momentos se repetían. En Tandil padres, dirigentes, compañeros que no habían podido viajar, se entusiasmaban.
El campamento rebalsaba de entusiasmo, pero también se percibía cierto nerviosismo. Íbamos haciendo nuevos amigos. Un tal “Peteco Carabajal” se unía en una guitarreada domestica, ante la pregunta de muchos que preguntaban “este santiagueño quien es?”.
Llego la noche 20 de enero de 1982. La hora indicada: 21 hs. “
Nuevamente la presentación fue ajustada, correcta, medida. Solo quedaba esperar la madrugada para conocer el fallo de jurado. Entonces siendo las 6:30 hs. el locutor, el de la voz grave, decía: “Rubro Conjunto de Danza: EL CIELITO – Provincia de Buenos Aires”. De allí en más muy difícil recordar detalles para trasladarlo a este relato. Todo fueron abrazo, lágrimas, gritos, y la recepción de saludos y felicitaciones en la plaza Prospero Molina de personas que no conocíamos, pero que sentíamos complacidos con la decisión del jurado.
Vueltos al campamento escuchábamos debatir a los mayores. Habíamos sido invitados a bailar en una de las nueve noches coscoinas; con los consagrados. Aquellos que eran nuestros admirados, aquellos con cuya música bailábamos, aquellos con quienes queríamos una foto. Nos estaban invitando a compartir escenario. La invitación era para el día viernes 23, la primera luna. Pero “los grandes” de la delegación decían que ya no había provisiones, ni dinero. El colectivo estaba contratado para regresar ese día 21. Los dirigentes, padres compañeros que quedaban en Tandil, darían la autorización final, enviarían los recursos y así la frutilla del postre se lograría.
El día 23 nuevamente presentaríamos “El sueño del Chacarero” donde dos espantapájaros cobraban vida para realizar un dúo de malambo sureño, el chacarero despertaría de sueño donde vió bailar gato, chacarera y escondido a sus girasoles, para terminar danzando una huella con movimientos sentidos y miradas ajustadas a la letra y música.
Llego la hora del regreso. Los detalles pierden importancia. Pero sepa el lector que definitivamente El Cielito termino de consolidarse como institución, como escuela de danza, como casa de nuestra tradición nativa. Se actualizó, se modernizo, pero sostuvo sus pilares fundacionales. Aquel director, el innovador, el disruptivo, el convincente, hoy ya no está físicamente entre nosotros. Cada uno de nosotros podrá contar una historia divertida con Miguel, pero también una enseñanza. Justamente innovación y perseverancia caracterizaron aquel triunfo en Cosquín y a partir de allí los 40 años que atravesó la historia de El Cielito hasta aquí.
No solo se ganó Cosquín; El Cielito llegó a ser mayor de edad; la institución creció, nació el Festival de la Sierra, nuestros ballets eran invitado a participar en distintos escenarios nacionales e internacionales; la escuela de danzas creció; pero fundamentalmente de aquella delegación, con solo 16 bailarines, otros tantos acompañantes, saldrían dirigentes, presidentes, se formaron familias, dieron nuevos bailarines, nuevas exitosas participaciones. Eso no significa otra cosa que espíritu de pertenencia.
Quienes tuvimos la gracia de estar allí, de ser parte queremos repetir fuertemente: Gracias a los fundadores, a los dirigentes que pasaron, GRACIAS MIGUEL, gracias a cada uno que algún día pasó por El Cielito. Gracias por habernos dejado ser parte de la historia con aquella participación en Cosquín que aún hoy revivimos como presente.
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