Temas del día
Sábado 23 de Sept de 2023 | 22:25 |

NGH, English Center mas de 30 años enseñando inglés en Tandil


 

El hilo por el ojo de la aguja

$datos[

El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos*… ¿No les pasa que, de repente, se dan cuenta de que los años pasaron demasiado rápido? ¿De qué la gente que ayer teníamos tan presente hoy es apenas un recuerdo? Eso me pasa a mí estos días. La sensación que tengo es que me quedé encerrada en una especie de burbuja temporal. Me doy cuenta de que los años se fueron cuando freno, cuando observo. Les invito a descubrir qué les pasa a ustedes con el tiempo y los recuerdos. 

Por Verónica “Wera” Taft 

Cada vez que quiero enhebrar el hilo me pasa lo mismo: estoy un rato largo intentando varias veces hasta que lo logro. Y es en ese preciso momento en que pienso “che, si yo a esto lo hacía enseguida hace un tiempo, no más”... Y caigo en la cuenta de que “hace un tiempo, no más” son 15 años… ¿En qué momento se pasó tan rápido el tiempo?

Y me digo: estoy vieja. 

Me miro al espejo y me descubro las arrugas nuevas alrededor de los ojos, las ojeras pronunciadas, las marcas de expresión más profundas, las canas nuevas, la papada que empieza a caerse… las estrías, la celulitis, las arrugas en pliegues del cuerpo que no sabía que existían…

Cada vez que voy al médico por una tos o un resfrío que dura demasiado, vuelvo con algo nuevo. Como los autos viejos, que los llevamos al taller por una cosa y se rompe otra. O que de repente escuchamos “un ruidito nuevo”, que en mi caso se traduce en algún dolor que no tenía ayer. 

Cuando era más joven (¡ya estoy con las frases de viejas!) me ponía zapatos de 15 cm de alto, con plataforma, usaba minifalda y remeras bien ceñidas. Ahora me caigo si me pongo sandalias sin atarlas al tobillo, uso vestidos amplios y remeras con mangas. 

El cuerpo cambia. La metamorfosis es imparable, invencible, implacable, no hay con qué darle. Viene sin que una se dé cuenta. Porque cuando sos consciente de que llegó, ya es demasiado tarde. Se queda para siempre. No importa el gimnasio, ni los 6000 pasos diarios, ni los 2 litros de agua, ni el cambio de hábitos. Se apodera de una, se nos ríe en el espejo y nos obliga a re mirarnos. A volver a conocernos. 

Cuando tenía 20 y tantos nunca pesé más de 45, 47 kilos. Era un palo vestido. Siempre fue mi complejo durante la adolescencia (flaca, alta y pálida, jamás me gustó tomar sol). Después, acepté que iba a ser flaca toda mi vida y empecé a usar tacos, minifaldas y demases. Después de mis 30, llegó el primer cambio. Tanto físico como mental. Me hizo un clic y me replanteé el tema de cómo gestiono mi menstruación. Dejé de decirle “me vino” y de esconderla. Fue el momento en que descubrí las toallitas de tela, que me llevaron irremediable y felizmente a los pañales de tela. Y el cuerpo empezó a almacenar esos kilos que antes no subía. Fue mi mejor época creo. Seguía siendo yo, pero un poquito más gorda. Me sentía bien y me veía bien. 

Con el primer embarazo me encontré con otro cuerpo. Uno totalmente nuevo. Descubrí las náuseas, las idas al baño cada dos por tres, que la ropa no me entrara, los pies hinchados, apareció la primera várice y se instaló para siempre en mi pierna izquierda. Después del nacimiento, la cicatriz de la cesárea. Los pechos hinchados por la lactancia. Un año me duró un cuerpo que no me acompañaba en los pensamientos. Ni en los sentires. Primeriza, puérpera y totalmente hormonal. No había forma de que nos amigáramos. Pero como mi beba ocupaba todo mi tiempo, me olvidé de mirarme, de reconocerme. Me di cuenta de que más o menos había vuelto a “ser yo” luego de un año y medio del nacimiento de mi hija. Me había deshinchado, se había ido la panza, aunque no del todo y mis tetas habían vuelto a ser lo que siempre fueron. Más o menos me reconocí. Me volví a poner ropa que no me entraba hacía más de dos años. Genial. 

Con el segundo embarazo, subí los kilos que se supone debía subir. Pero me inflé. ¡Un montón! Náuseas, acidez, pero esta vez no se me hincharon los pies. Se me hicieron dos estrías enormes debajo de la panza y que me las vi tarde, así que no las pude evitar. Hoy, a un año de haber sido mamá de nuevo, siento que me estoy desinflado otra vez. Pero ya no voy a volver a tener el cuerpo que alguna vez tuve. Y es un duelo. Es algo que echo de menos y que estoy aprendiendo que ya no va a volver. Ya no voy a ser un palo vestido, peso más de 50 kilos, mis caderas están super anchas, tengo panza como si estuviera embarazada de 4 meses, mis brazos están enormes. Ya no soy la que fui hace 15 años atrás. No voy a internarme en un gimnasio, esto es lo que soy ahora. Me toca aceptarme. No digo que amo a mi nueva yo, ni que soy feliz con lo que veo en el espejo, porque no es cierto. No estoy feliz, ni conforme ni acepto lo que veo. Es un trabajo de aceptación que hago todas las veces que me miro en el espejo, todos los días. Todo el tiempo. Estoy aprendiendo que ya no me entra la ropa que usaba hace dos años atrás. Todavía uso los pantalones de embarazo porque son muy cómodos y los corpiños de amamantar porque no me aprietan y, obvio, son útiles para cuando das la teta. Estoy empezando a mirarme con otros ojos; a descubrir que ya no tengo veintipico, sino que estoy muy cerca de los cuarenta. Que ya no soy una pendeja, sino que soy mujer y madre. Que el pelo, por más largo que lo tenga, ya tiene canas, que las arrugas no se van a ir y que no quiero esconderlas, que mi salud ya no es tan de hierro como lo fue: soy asmática y mientras escribo esto pienso que tengo que pedir turno con el neumonólogo porque el remedio que tomo siento que ya no me ayuda como antes. 

Este cuerpo que miro en el espejo y no reconozco llevó en su útero a dos personitas. Las parió, las alimentó, consoló, abrazó, abrigó, acunó, durmió y alzó. Y aún lo sigo haciendo. ¿Cómo pretender que mi cuerpo siga siendo el mismo cuando mi mente y mi vida ya no lo son? 

Así que ahora, frente al espejo, con mis canas, mis arrugas, mis várices, mi celulitis, mi panza y todos mis achaques, me digo: aquí vamos de nuevo. 

A descubrirnos. A aceptarnos.  A conocernos nuevamente. 

Como dice la canción*:

Nos vamos poniendo viejos 
Y el amor no lo reflejo como ayer
En cada conversación, en cada beso, cada abrazo
Se impone siempre un pedazo de razón…

Y ustedes, ¿cómo enfrentan esto de ser más viejas? ¿Se sienten más viejas? Las leo. 

Hasta la próxima .


Me pueden encontrar en Instagram: @vero.taft

Nota: La canción es de Pablo Milanes, Años. 

 


NGH, English Center mas de 30 años enseñando inglés en Tandil

Comentarios