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Cambiar la mirada

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Hay información y modelos predictivos en abundancia, pero no nos equivoquemos, la ciencia es la que nos puso en alerta, la crisis climática es política. Es una crisis sociocultural.

Por Karen Ulfeldt

Nuestro estilo de vida, la forma en que nos relacionamos con la naturaleza y con nuestra comunidad nos está llevando a un rápido final. El clima cambia, los desastres naturales azotan y los grandes perjudicados son y serán los grupos más vulnerables. El 60% de las personas que pasan hambre en el mundo de forma crónica son mujeres y niñas, indica un informe de Naciones Unidas. Somos las que culturalmente trabajamos la tierra y nos ocupamos de las tareas de cuidado y reproducción, por lo que las consecuencias de este modelo político y económico nos pegan de lleno. Ante este panorama, no sorprende a nadie que también lideremos los movimientos ambientalistas, revaloricemos el trabajo artesanal, el consumo local y la economía circular.

A lo largo de la historia, la Tierra ha ido cambiando, se ha calentado y se ha enfriado, en ciclos de millones de años. Desde la Revolución Industrial la emisión de gases de efecto invernadero generados por la actividad humana ha acelerado el aumento de temperatura a niveles cercanos a eventos de extinción.

Los gases de efecto invernadero (GEI) son los responsables de conservar el calor de los rayos del sol en la atmósfera para que la vida en la Tierra sea posible. El problema está en que un rápido aumento en su concentración lleva a una elevación en la temperatura y a lo que conocemos como “calentamiento global”. El principal responsable es el dióxido de carbono (CO2) producto de la quema de petróleo, carbón y gas natural para producir electricidad y calor, las instalaciones industriales, los automóviles, la deforestación y los incendios forestales. Pero también afecta el metano, en su mayoría producto de la ganadería convencional, y los compuestos halogenados producto de la refrigeración y climatización, entre otros.

A menos que logremos una huella de carbono cero, es decir que la cantidad de gases de efecto invernadero que generamos sea igual a la que es retirada de la atmósfera por las plantas, antes de 2040, la vida sobre la Tierra será inviable. Estamos hablando de destrucción de ecosistemas enteros, aumento de los niveles del mar y desertificación. Millones de personas se verán obligadas a buscar refugio por la escasez de agua potable y alimentos en los próximos 10 años. Sí, ahora. Porque el daño que hemos generado es irreversible, pero también mitigable. Queda una pequeña ventana de posibilidad para alargar el proceso de extinción masiva a la que nos enfrentamos.

Con la Revolución Industrial cambió el modelo productivo y de consumo. Comenzó un aumento exponencial de la población y de sus necesidades. Se profundizó el modelo extractivo: tomamos de la naturaleza sin medida, sin devolver ni remediar. Y todo esto en pos de un modelo económico que abulte nuestros bolsillos y nos permita consumir más, más y más. Entramos en un círculo vicioso.

Un estudio de la ONU, realizado en febrero de 2021, pronostica un aumento de la temperatura de la Tierra de más de 3°C para este siglo, incluso con las menores emisiones de gases de efecto invernadero que se registraron a raíz de la pandemia por COVID-19.

Los proyectos presentados por los países más adelantados en materia ambiental parecen no ser suficientes. Se requiere que el foco de todas nuestras políticas socioeconómicas se oriente a un planeta y una humanidad saludables. Ninguno de los grandes problemas que nos acechan, como el hambre y la sed mundial, se puede solucionar a menos que los intereses económicos estén puestos en el saneamiento de la Tierra asegurando los recursos suficientes para una población siempre en aumento.

La proliferación de organizaciones de mujeres, de artesanas y emprendedoras ofrece una versión regional de este cambio de perspectiva. La economía circular se basa en reducir la utilización de recursos naturales no renovables, regresar a la tierra los materiales biodegradables compostables y reintroducir en el circuito económico aquellos materiales que no podemos reducir, ya sea mediante la reutilización o el reciclaje. Si en la naturaleza no existe la basura no tiene por qué hacerlo en nuestra sociedad.

Las mujeres somos agentes de cambio y debemos participar en las decisiones y acciones que nos lleven hacia un futuro sostenible. Cada una desde nuestro lugar, y en condiciones de igualdad de género, podemos ayudar a crear sociedades que se adapten a los nuevos escenarios de forma inclusiva y pacífica.

Contacto:
Instagram: @kasiatandil

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