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Reflexiones sobre uso, norma e incomodidades de lenguaje inclusivo

Por Maribel Lacco
@gesto.editora

El adverbio “solo”, según la RAE y aquellas academias que de ella dependen, hace ya más de 10 años que no debería tildarse. Sin embargo, quienes estamos detrás de bambalinas en el mundo de la escritura y, por consiguiente, de la lectura, contamos con cierto hartazgo al momento de tener que borrar las tildes en cuestión. Lo mismo sucede con los pronombres demostrativos (este, esta, estos, eso y sus variables). Todo esto con justa causa, ya que sabemos -a modo de recordatorio de primaria- las palabras graves terminadas en n, s o vocal, no deben llevar tilde.

Muchas reglas ortográficas han ido cambiando a lo largo de los años y es probable que todavía ignoremos la mayoría de esos cambios. Lo mismo sucede con las palabras que se incorporan a nuestra lengua, siempre bajo la aprobación de la RAE (que, si bien no es el propósito de este texto, me permito poner un poco en tela de juicio su autoridad, por más de un motivo). Citaré solo dos ejemplos: coronavírico (perteneciente o relativo al coronavirus) y trolear (1. tr. En foros de internet y redes sociales, publicar mensajes provocativos, ofensivos o fuera de lugar con el fin de boicotear algo o a alguien, o entorpecer la conversación. U. t. c. intr.2. tr. Burlarse de alguien gastándole una broma, generalmente pesada).

Desde mi criterio,coronavírico fue una, llamémosle, necesidad dado el contexto actual para poder adjetivar situaciones y personas. Ahora, trolear también fue una necesidad. Suena extraño particularmente cuando absorbemos una palabra del extranjero y la castellanizamos. Pero trolear, proveniente de to troll, vino a llenar un vacío social que necesitaba una nueva forma de expresar determinada situación. También se me ocurre citar lo que sucede con “hilo”, que suma a sus significados “En foros de internet o redes sociales, cadena de mensajespublicados sobre un mismo asunto”; y por último y para descontracturar hablemos de “sánguche”, que nos ayuda a -de alguna manera-fonetizar este manjar y escribir su nombre con facilidad.

No tenemos problema en asimilar estos términos. Si alguien nos corrigiera, aceptaríamos desconocer la novedad e incorporaríamos la nueva forma de referirnos a un hilo en Twitter o, por qué no, decirle a un amigo “no me trolees”. Pero... ¿qué nos pasa con el lenguaje inclusivo? ¿Por qué nos sacude tanto esta nueva necesidad social? ¿Dónde nos golpea?

Por mi parte me declaro fan. Me late fuerte el corazón al saber que estoy asistiendo a un evento sociocultural maravilloso donde la lengua está comenzando a cambiar, está inquieta y siente cosas. La situación es esta: el uso pisa la norma. Bajo el término “uso” quiero encerrar necesidades y costumbres (qué mejor ejemplo que sánguche). La lengua es dinámica y social, se va a ajustando a los contextos a medida que la sociedad lo requiere. Esto sucedió siempre y ningún cambio se aceptó de manera amistosa, los cambios rompen estructuras, tardan, somos reticentes a asimilarlos con facilidad, pero finalmente suceden.

Recientemente había salido una cuestión en cuanto a lenguaje inclusivo y RAE, algo mediático, como lo es todo hoy por hoy. Porque ese es otro tema, hoy cualquiera puede opinar en sus redes sobre cualquier tema y poner en jaque algunas cuestiones que, dependiendo del alcance, tendrán mayor o menor impacto.

El lenguaje es la capacidad que tenemos para comunicarnos mediante signos y expresar nuestros pensamientos. Este medio “de signos” como lo conocemos hasta el momento es “androcentrista”, lo que implica que sitúa al hombre como referencia de todas las cosas, haciendo que la descripción de la realidad que conocemos sea un reflejo de esta visión. La norma es el hombre. Dominando la forma en la que nos expresamos se expande una autoridad patriarcal muy poderosa. Solo imaginemos la idea de callar a un pueblo. Lo que no se nombra desaparece.

Como resultado de numerosos hitos en nuestra historia reciente, hemos logrados visibilizar identidades de género que hasta el momento estaban en las sombras. La identidad de género trasciende el sexo con que hemos sido asignados al momento de nacer. Una forma de poder abarcarlas, por ejemplo, es a través de la sigla LGBTIQ+, que incluye las iniciales de las palabras lesbiana, gay, bisexual, transgénero, transexual, travesti, intersexual y queer. Al final se suele añadir el símbolo + para incluir todos los colectivos que no están representados en la sigla.

El abanico suena más amplió ahora, ¿verdad? Esto demuestra que no es suficiente atentar contra la economía del lenguaje y nombrar “chicas y chicos”, “doctores y doctoras”, “jueces y juezas”, millones de etcéteras. Las mujeres estamos encausando una tarea que implica no solo que se nos reconozcan nuestros derechos y adquirir nuevos, sino que pretendemos arrasar con una tasa importante de injusticias que calan más profundo cada vez. Cito la causa que implica nuestros derechos, porque desde allí la empatía ha abierto camino a la visibilidad de carencias y lagunas en diversos aspectos de la población toda.

Realmente se hace muy difícil poder acotar los tópicos. Lenguaje inclusivo es más que un TODES o TODXS. No es un chiste. Repito. El uso pisa la norma, y hoy hay más voces que requieren ser oídas, muchos dialectos han nacido así, ante la NECESIDAD DE DECIR. Recordemos: lo que no se nombra desaparece. Yo, Maribel, elijo no formar parte de un sistema de signos que no me incluye. Donde sien una oración tengo dos términos como “el maestro y su amiga”, para referirme a ambos debo usar un masculino (sin ánimos de dar una charla gramatical). No me siento parte.

Falta, sí, mucho. Pero tenemos un idioma tan hermoso que, hasta que podamos definir la forma de incluir la diversidad a la que pertenecemos, podemos utilizar todas las herramientas que nos ofrece. Yo no tuve necesidad de establecer ningún género a lo largo de todo este artículo para dirigirme a ustedes. Yo me sentí parte escribiendo, espero que te haya sucedido lo mismo leyendo.

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