En la tierra de “Narnia” de Fermin Kolor coexisten desiertos y mares, platos voladores y submarinos, aves zancudas de perfiles cuneiformes y también construcciones orientales que hasta hace poco formaban ciudades desoladas.
Escribe: Juan Perone
Fermin, que es Fermín, pero no Kolor, se define como un artista experimental. Alguien que cuando decidió ir a la caza de la pieza inalcanzable del artista, salió solo con su alma, sin mapa ni guía. Por eso, cuando le preguntan cómo empezó esta historia, él dice sencillamente: “arranqué pintando”.
El trazo siempre por delante de la intención y de eso que algunos podrían llamar la “idea”.
“Después de un viaje, volví a Tandil y empecé a trabajar en un bar. Un día salí y me quedé toda la noche pintando. Al otro día, lo mismo. Trabajaba de día y pintaba de noche. Le fui poniendo cada vez más energía a la pintura y acá estoy”, dice con una sonrisa que se irá ampliando a lo largo de la entrevista.
Muchos lo presentan como “autodidacta”, porque nunca fue a una academia de arte o tuvo un maestro de regente, pero él se reserva otra categoría: pintor experimental.
“Nunca me gustó estudiar ni que me digan qué hacer. Fue una cuestión hasta natural: en un momento dije esto es mi carrera y la tengo que hacer solo”, confiesa.
“Yo me decidí por la experiencia y por la práctica más que por la formación de afuera. De todas formas, estoy abierto siempre y la información va llegando, pero siempre lo primero es la experiencia”, resalta.
Posiblemente, si se sometiera a los tandilenses a una encuesta y se los desafiara a unir un artista con formas y colores característicos de ese artista -eso que se llama habitualmente “estilo”- muy posiblemente Fermin Kolor se ubique al tope del listado. Sus trabajos están en casas, bares, antesalas de edificios y en no pocos muros de la ciudad. Es lo que se dice (no tan) habitualmente: un artista popular. Ya son como una extensión de su nombre esos platos voladores de cabotaje y esos los submarinos de baja impulsión.
Sin embargo, esos objetos no tienen un sentido del todo claro y evidente en el mundo artístico de Fermin. Un día aparecieron para quedarse. Con el tiempo, él mismo se sorprendió de esa intimidad que se había formado con sus propias creaciones.
“De ciertas cosas me voy dando cuenta con el tiempo. Lo entiendo con el paso de los años. Yo pinto sin otra intención que disfrutar y bajar una idea. Y así, esos objetos fueron saliendo de una manera muy natural. Es la verdad. Yo empecé pintando abstracto y luego empecé a dibujar sobre esos colores y las formas se fueron dando. Siempre los significados vienen después de pintarlos”, asegura.
“¿Por qué mares y desiertos en muchas de mis pinturas? No sé. ¿Acaso mar y desierto no son lo mismo? Dicen que donde hubo agua hace millones de años, ahora hay desiertos; y donde hubo desiertos, ahora hay junglas. En este universo está todo conectado”, argumenta.
Incluso él mismo también se ha preguntado el porqué de esa fascinación con el mar, siendo que no es un amante de las playas ni un marinero frustrado. “La verdad es que yo siempre parto de la fantasía. Pinto desde la fantasía. He viajado mucho y debo reconocer que los viajes me han influido, pero no desde este punto. Lo que pinto, sale de adentro, sin pensarlo mucho. Sale lo que sale”, dice a modo de explicación, o no-explicación.
En este sentido, los viajes son -como también lo es su perfil “autodidacta”- uno de los elementos recurrentes en las pequeñas biografías que se incluyen en los catálogos de muestras. Sin embargo, para Fermin ni siquiera son fundamentales para recoger y presentar el prolijo ovillo de su vida artística.
Si bien reconoce que alguna vez pensó en poder recorrer el mundo a partir de su profesión y admite que ha conocido lugares inimaginables, para él, viajar es más que hacer las maletas y saltar de un país a otro. Cree que, finalmente, ser artista es una forma de vida. Y esa forma de vida es un viaje en sí.
“Podés viajar estando en Tandil o inclusive en tu propia casa. Podés viajar también a otras dimensiones. El término viaje es muy amplio para mí”, asegura.
Lo cierto es que a la vuelta de una de sus últimas salidas del país, a México, la figura humana empezó a aparecer en sus pinturas. La paleta empezó a bajar de intensidad y hasta empezaron a aparecer las transparencias. Podría ser que ese estilo por el cual muchos lo conocen a Fermin empiece a mutar.
¿Para dónde seguirá? Nadie lo sabe. Ni siquiera él, por supuesto. Los tiempos de su trabajo no siguen palpitaciones constantes. Hay una suerte de arritmia que va marcando la sintaxis de un relato en plena expansión.
“El cambio es necesario. Yo empiezo a desarrollar algo naturalmente y lo trabajo hasta encontrar algo que me cierre y que me guste. A eso yo lo llamo una serie. Pueden ser 7 o 20 cuadros. No siempre es igual. También dejo muchos cuadros sin terminar. Luego, salgo a buscar un nuevo desafío. Así es la historia”, asegura el hombre que en un momento decidió cambiar su apellido por un seudónimo, como si se tratase de un pacto irrenunciable con lo que habita en las pinturas.
Fermin Kolor expone sus obras en el Centro de Diagnóstico Médico de Martino. La muestra permanecerá dos meses en este lugar que de a poco se va ganando un espacio en el circuito local de las artes plásticas, de la mano de Espacio Nido.
Juan Perone
juanperone@hotmail.com
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